Cuando a mediados de la década del 90, por primera vez, un cable de fibra óptica cruzó el Atlántico, muy pocos entre nosotros tenían dimensión de las transformaciones que ese hecho produciría. Claramente, nosotros, los que hacemos esta revista, no la teníamos.
A menos de veinte años de ese singular acontecimiento, nuestra vida cotidiana es sensiblemente diferente de como la hubiéramos proyectado sin el desarrollo de la fibra. Será el modo, la intensidad, el ritmo, la velocidad, la inmediatez; una combinación de cosas o ninguna de todas estas. Nuestros modos de comunicarnos —en el sentido más amplio que quepa a esta corroída palabra— impregnaron todas las relaciones interpersonales; las sociedades no son las mismas. Son notorios los cambios en los modos de acceder a los consumos culturales y al entretenimiento, de utilizar nuestro tiempo libre, nuestros modos de trabajar; de acceder a la información, de construir relatos, de relacionarnos con el arte y de expresarnos; los modos de consumir medios masivos, de asistir a espectáculos públicos, de construir nuestros grupos de pertenencia; de criarnos, de criar y de envejecer; de comunicarnos personal y colectivamente, de amar, de crear, de aprender, de consumir, de imaginar, de pensar y pensarnos. La velocidad con la que algunos chicos escriben textos en sus teléfonos móviles —es necesario inventar una unidad de medida específica para poder cuantificarla— es complementaria al vertiginoso desarrollo de aplicaciones, dispositivos y otras chucherías; los neologismos se multiplican: cuando comenzamos a comprenderlos, nos interpelan; cuando comienzan a darnos curiosidad, pasan de moda.
Esta es la antesala de un proceso no resuelto aún, que a falta de mejor nombre suele llamarse convergencia. En la era del “ser digital” convergen servicios, formatos, plataformas, lenguajes, consumos. Se nombra como convergencia a todos estos cruces, y a muchos otros, para explicar un profundo cambio tecnológico. Si estos cambios sólo hubieran modificado nuestros “modos de hacer” —como afirman algunos intelectuales escépticos—, consideraríamos que no es poco. Pero es ingenuo suponer que los cambios en los “modos de hacer” no expresan o no modifican los “modos de ser”, siguiendo la anticuada dicotomía cartesiana.
Las sociedades crean y producen novedades tecnológicas que, al igual que todas las creaciones, ocurren en momentos específicos, para determinadas funciones, recreando las características de la propia sociedad que la genera. Esto es que unos pocos son beneficiarios y una enorme mayoría, en el mejor de los casos, aspira a ser espectador.
La convergencia
La convergencia presupone una reconfiguración a distintos niveles y en diversos planos; los profundos cambios que experimentaron la industria y tecnología, principalmente en las maneras de producir y articular sus producciones, tuvieron su correlato en las modificaciones de las pautas y de las prácticas del consumo de la cultura y del entretenimiento. El fulminante desarrollo de los complejos tecno-industriales, el vertiginoso ascenso de la industria del software o la milimétrica logística para el ensamble de dispositivos van en este sentido. Así, lo que parece una suave y sostenida tendencia a cambiar los modos de consumir la producción cultural, al ponerse en perspectiva, puede leérselo como un brusco cambio en las sociedades, experimentado en un tiempo relativamente corto.
Todo esto lleva a muchos excitados a descubrir y proponer “revoluciones” aquí y allá. Con un poco más de cautela, ubicamos a Internet (con mayúscula) como el centro de gravedad de la galaxia convergente. La red de redes (Internet), a partir de una especie de polen híper fecundo, también llamado Cultura Digital, expande a nivel planetario una nueva racionalidad que lleva implícita estos profundos cambios recién señalados. El modo de promocionar dicha expansión es proponer un eficiente y novedoso servicio: internet (ahora con minúscula). La convergencia se va a configurando en relación a Internet, a través de internet. Este será el marco en donde tendrán que resolverse las tensiones y asimetrías que en breve delinearemos.
Asimismo, la reconfiguración del campo industrial y empresarial genera nuevas articulaciones (a veces cuasi forzosas) entre industrias y empresas que no necesariamente comparten lógicas de negocios; la industria y la tecnología parecen subidas al mismo barco, pero ¿quién lleva el timón? Los altísimos niveles de inversión y de producción de artefactos digitales no estandarizados obligan a generar innumerables copias del mismo producto, con el objetivo de ser reproducibles en cualquier dispositivo. Puede suponerse que este despilfarro digital tiende hacia la estandarización; sin embargo, por ahora, no aparece la luz al final del túnel. Además, ante los altísimos niveles de inversión realizada en las principales metrópolis, ¿cuánto podrán resistir las barreras de protección al estilo “excepción cultural”? ¿Cuánta soberanía y creatividad tendrán los Estados y las ciudadanías para desarrollar producciones diversas, identitarias, sustentables y competitivas? Lejos de una convergencia armónica y consolidada, estamos ante un proceso indefinido aún. Si bien el proceso es irreversible, es aún indefinido el modo en que terminará de estructurarse el nuevo entramado industrial, tecnológico, comercial y cultural que se denomina convergencia.
Tensiones y asimetrías
Sin más rodeos, proponemos algunas tensiones existentes en nuestras sociedades, que tienden a potenciarse a medida que el proceso convergente avanza. En este sentido, entendemos que las políticas públicas son las herramientas que permiten potenciar e implementar los beneficios de los avances tecnológicos para las sociedades en su conjunto, al mismo tiempo que permiten amortiguar los brutales conflictos (poéticamente denominados Brecha Digital) que amplifican estos procesos.
En el complejo tránsito hacia la convergencia, son varios los aspectos que tienden hacia un horizonte común. En principio se puede hablar de servicios, como es el audiovisual, el de la información, el de telecomunicaciones y uno, un poco más difuso, que suele llamarse entretenimiento. Desde el punto de vista tecnológico o de infraestructura, está todo dado para que esto ocurra. Sin embargo, desde una perspectiva comercial, cultural y legal, no está claro cuál será la montura apropiada.
Servicios audiovisuales e internet
El gigantesco desarrollo de internet, en un período de tiempo tan corto, hace que se teorice sobre el final del consumo de servicios de comunicación audiovisual (tal como hoy se los conoce), tanto en los servicios abiertos, como los que son por abono. Claramente, año a año, aumenta el consumo de contenidos audiovisuales por internet; sin embargo, hasta ahora, su desarrollo no fue suficientemente efectivo en la creación de modelos de comercialización que permitan disputar la inversión con los servicios de comunicación audiovisual.
Los servicios audiovisuales abiertos suponen un esquema comercial que se sustenta en base a la publicidad y tiene carácter universal. El usuario lo recibe (y percibe) en forma gratuita y sin restricciones geográficas o de clase: basta con tener un receptor. En este segmento, los servicios audiovisuales abiertos parecen complementarse con internet, en un experimento provisoriamente denominado “multipantalla”. Esta complementariedad se extiende a la pauta publicitaria, que en relación a los servicios abiertos no tuvo una variación significativa en los últimos años, apareciendo internet como una pantalla adicional al servicio clásico. Dicho de otro modo, internet aún no logra fagocitar la torta publicitaria de los servicios abiertos. En definitiva, esa operación que realizó la TV abierta, capturando la pauta publicitaria de la radio y de los medios gráficos —que llevó a algunos intelectuales a comparar a la TV con un animal carroñero—, todavía no se hizo efectiva por parte de internet.
En cambio, en los servicios por suscripción, se da una situación diferente. Los servicios audiovisuales e internet pueden compartir infraestructura (exceptuando DTH —directo al hogar, por sus siglas en ingles—) y también modelos comerciales: ya sea en el pago por abono o en el pago por consumo, o una combinación de ambas, internet y el cable comparten una lógica en su relación con los usuarios. Esto hace que los procesos convergentes se den más rápidamente en este segmento. Pero, al mismo tiempo, se da una fuerte competencia “hacia adentro” del servicio. Los usuarios demandan más ancho de banda para internet, mientras que la demanda sobre señales de TV no aparece como una preocupación central. O, dicho de otro modo, los cambios en las grillas están vinculados a la incorporación de señales HD. Mientras el ancho de banda es limitado, internet gana terreno frente a la grilla de señales. Particularmente, las principales víctimas del crecimiento de internet son las señales analógicas. Cuando las empresas de cable/ISP logran deshacerse de una señal analógica, destinan ese canal para aumentar el ancho de banda de internet y, en menor medida, incorporar señales HD. Así, los servicios VOD —video bajo demanda, por sus siglas en ingles— (en todas sus variables) compiten con las grillas convencionales, disputando la torta que, en este caso, no es publicitaria, sino por abono o descarga.
Broadcast, multicast, unicast
Siguiendo con los servicios audiovisuales e internet, hay que mencionar una situación contradictoria. Desde hace unos años, las principales empresas de cable destinan una parte importante de su inversión para aumentar su capacidad de brindar servicios bidireccionles, ya sea internet propiamente dicha, como VOD y servicios de valor agregado. Según se viene registrando unánimemente, los usuarios buscan mayor interacción con la pantalla, forzando los tradicionales modelos broadcast. Esta tendencia se hace más fuerte a medida que se desciende en la franja etaria.
Sin embargo, contradiciendo lo expuesto en el párrafo anterior, es el DTH el servicio que más crece en la región. En la Argentina, DIRECTV mantiene un crecimiento sostenido que supera el 30%, aumentando año tras año su participación en el mercado. Esta situación contrasta con las empresas de cable/internet, que tienen un crecimiento casi vegetativo, compitiendo entre ellas por las cuotas de mercado.
A pesar de que las limitaciones técnicas que supone la transmisión satelital (ancho de banda inferior o igual que el coaxil e imposibilidad de dar servicios bidireccionales), DIRECTV encontró la manera de presentarse como la TV del futuro: a partir de la llegada de la tv digital, las señales HD y los acuerdos con otras empresas, consiguió componer un tripleplay endeble pero efectivo, que termina de encastrarse en el abono.
Lo cultural y lo comercial
En diciembre de 1993, tras varios años de forcejeos y amagues, finalizó la “Ronda Uruguay” con el acuerdo de más de cien países y la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Tras un sinnúmero de reuniones, se acordó la liberalización de una gran cantidad de actividades comerciales. La Ronda Uruguay comenzó en Punta del Este en 1986 y finalizó en Marruecos, siete años más tarde. Por este motivo, distintos críticos maliciosos, socarronamente la denominaron Rosca Uruguay.
Efectivamente, el principal objetivo de la naciente OMC era derribar las barreras proteccionistas, en sintonía con las necesidades del desarrollo industrial de los países centrales. Sin embargo, algunos países (también centrales) necesitaban proteger determinadas industrias, por ejemplo la agropecuaria. Por este motivo, el toma y daca duró más de lo esperado. Entre las industrias que están regidas por los parámetros de la OMC se encuentran las Telecomunicaciones y el Audiovisual (GATS – Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios), aunque tienen tratamiento diferenciado.
En este sentido, las empresas de Telecomunicaciones, en concordancia con el clima de época, consiguieron rápidamente una herramienta esencial para el proceso de privatización y liberalización que reclamaban para el sector. En la Argentina, estos postulados del neoliberalismo —que habían sido inaugurados por Carlos Menem a principios de la década— fueron ratificados explícitamente en cada uno de los considerandos del Decreto 764/2000, de Fernando De la Rúa.
La Comunicación Audiovisual también fue incluida en el Acuerdo sobre Comercio de Servicios. Sin embargo, desde el comienzo, hubo más resistencia para que quedara sujeta a los parámetros de la OMC. En un principio, una cláusula de “Excepción Cultural”, propuesta por Francia, permitió dilatar el ingreso de los servicios de comunicación a esta lógica. Cuando el ingreso fue inevitable, la comunicación audiovisual y las telecomunicaciones fueron establecidas como esferas independientes. En lo referido al sector audiovisual, se permite que cada país establezca sus propias reglas, permitiendo así algunas medidas proteccionistas, como las que se ven en la industria audiovisual argentina: subsidios al cine de producción nacional y a la TV Pública, cuota de pantalla en cines y en TV, cuotas de producción para servicios de comunicación audiovisual, fomento a los contenidos para TV, restricciones al acceso a las licencias para empresas extranjeras, barreras para las señales extrajeras, etc. Cabe destacar que son fuertes las presiones para unificar estas dos industrias bajo los parámetros liberales de las Telecomunicaciones, comprometiendo fuertemente el futuro de la industria audiovisual, que en casi todos los países del mundo sería inviable sin el fomento de los Estados. Complementariamente, algunas propuestas sostienen que el Audiovisual debe englobarse dentro de la llamada “Industria del Entretenimiento” y que deben eliminarse todo tipo de restricciones, que se habían argumentado en el marco de la defensa de la cultura y la identidad de cada país. En este marco, la industria audiovisual correría un riesgo similar al planteado en la opción anterior.
Lo Nacional y lo Internacional
En el marco del proceso descripto anteriormente, fueron surgiendo o fortaleciéndose organismos supranacionales, que presionan o directamente regulan el funcionamiento de distintos aspectos de la economía y de la cultura de los países. Distintos investigadores sostienen que esto está relacionado con el desarrollo del lenguaje digital, que permite la copia y distribución simultánea de contenidos a muy bajo costo (comparativamente hablando). Esto está en sintonía con los procesos de trasnacionalización de la cultura, proceso que se incrementó notablemente con la llamada “globalización”. En este sentido, en el caso de la Argentina, la reforma constitucional del 94 es coincidente con esta tendencia que se da a nivel mundial.
A los tratados ya mencionados en el ámbito de la OMC, hay que agregar los acuerdos en la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), la Internet Corporation for Assigned Names and Numbers (ICANN), UNESCO y la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (OMPI). Los acuerdos y adhesiones en cada organismo tienen distintas características y alcances. Sin embargo, en líneas generales, puede prefigurarse un criterio de gobernanza global, en donde los Estados Nacionales resignan algunos aspectos de su soberanía o, al menos, las decisiones comienzan a tomarse de un modo diferente al que se correspondía con los modelos de Estado-Nación. Complementariamente, muchas de las decisiones tomadas en estos organismos tienen como referencia los modelos de gobernanza desarrollados por Internet, donde distintas organizaciones emergentes de la sociedad civil (o sea del mundo privado) asumen funciones regulatorias, que luego deben acatar y aplicar los organismos públicos. Se genera la extraña situación en la que los Estados deben “articular” posiciones con sujetos que teóricamente están representando. En este marco, las tremendas disparidades de tráfico entre los países centrales y los periféricos encuentran mayores obstáculos para resolverse.
Interconexión y regulación en las redes privadas
El principio básico de toda comunicación es la interconexión: un usuario desea estar potencialmente comunicado con el resto de los usuarios existentes, sin importar qué empresa les provea el servicio de acceso a la red. Sin embargo, lo que para los usuarios resulta una obviedad, para las empresas requiere de una negociación, en tanto la comunicación implica acceder a redes de otras empresas, incluso competidoras.
Mientras los tamaños de las redes de las empresas sean similares y el tráfico entre redes permanezca balanceado, ambas partes resultan beneficiadas del intercambio. Sin embargo, cuando una red supera en tamaño y tráfico a otra pueden surgir tensiones: en el caso extremo, la no interconexión significa —para un nuevo competidor— la imposibilidad de entrar al mercado de telecomunicaciones, o el ingreso en peores condiciones de competencia.
Cabe señalar que las reglas de juego en el mundo de internet se establecen de manera distinta al de las telefonías fijas. Si bien comparten el mismo vientre, internet nació como un servicio en competencia prestado por privados. Por su parte, la telefonía encuentra sus orígenes en el monopolio natural, generalmente prestados por empresas estatales, con una fuerte regulación.
Las Telco y los Over-the-Top (OTT)
En la última década, las Telco se sorprendieron con el ingreso de empresas que, a partir del desarrollo de aplicaciones, lograron reemplazar servicios que históricamente prestaban ellas y para los cuales habían realizado fuertes inversiones en hardware al interior de la red.
Muchos de sus clientes se transformaron en competidores voraces que, no solamente restaban ingresos a los operadores de red, sino que además demandaban de éstas mayores inversiones para incrementar la capacidad y la calidad del tráfico IP.
La reacción inicial adversa de las Telcos, que incluyó restricciones de todo tipo a aquellas empresas que utilizaban sus redes para competir con ellas, generó el debate en torno a la Neutralidad de Red.
Lo cierto es que los productos de las OTT motivan e incrementan el consumo de los usuarios a tal punto que las empresas telefónicas deben incorporar a sus planes comerciales los equipos con las aplicaciones más demandados, aun cuando esto implique una merma en sus ingresos.
Un final abierto
Esta disputa comercial comenzó a transformarse en una guerra cuando Google (uno de los principales OTT) decidió comenzar a invertir en infraestructura, cableando su propia red. La respuesta de las Telco no se hizo esperar, lanzó al mercado productos que compiten con Whatsapp, Skype y otros servicios “insignia” de las OTT.
Planteados estos interrogantes, no creemos que sea posible, dentro del espacio de este artículo, encontrar las respuestas. Fundamentalmente porque entendemos que, por el momento, no hay respuestas. Vivimos tiempos de transiciones, en los que todos los días se declara el fin de algo y el nacimiento de lo que cambiará la forma en que nos comunicamos, consumimos y nos informamos.
Creemos que por el momento las únicas respuestas que se pueden dar son parciales y muchas veces distorsionadas por el negocio que está en juego. Es por eso que aquí, mucho más modestamente, sólo se propusieron algunos ejes a tener en cuenta a la hora de analizar los vaivenes de este proceso.
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