De los vendedores de televisores a la concentración conglomeral y convergente.
Por Santiago Marino (*)
@santiagomarino
En la cultura de la sociedad de masas, los medios de comunicación son una parte importante del espacio público propiamente dicho, en tanto instituciones complejas por las cuales transitan discursos, polifonías, sentidos y donde además se configuran las identidades culturales. Dado que el desarrollo capitalista se caracteriza por mercantilizar las distintas actividades sociales, la industrialización de la comunicación se combinó con el desarrollo tecnológico para generar transformaciones estructurales en el sistema info-comunicacional. Eso que llamamos convergencia y se mete en nuestra vida cotidiana. Ahora bien, como intentamos dejar claro desde nuestros aportes en Revista Fibra, por un lado la tecnología no es neutra; mientras que por el otro, los sistemas que tienden a converger —y convivir por ejemplo en el Espacio Audiovisual Ampliado (EAA)— desandan su camino desde sus propias historias, rasgos y atributos.
En nuestro país los modos de aparición de los medios y tecnologías han manifestado directa relación con el modelo de Estado y el régimen de acumulación del momento histórico en que sucedieron. Y sus movimientos, acciones y recorridos fueron tomando forma de acuerdo a los cambios en esos campos. Además, sus elementos constitutivos expresaron (y siguen haciéndolo) modos de generación de sentidos más o menos democráticos. Resultó de esta manera con el surgimiento de la radiofonía, en 19201. Del mismo modo se dio con la aparición de la televisión abierta en 1951 y con la televisión abierta privada unos años más tarde2. El sistema de distribución de televisión por cable, con sus particularidades técnicas, sociales y económicas no ha sido la excepción.
Dar cuenta del modo en que surgió el sistema de distribución de televisión por cable en Argentina, sus lógicas, estrategias, vicios, ventajas, problemas y acciones posibilitará comprender la presencia o ausencia de esas características en la actualidad del EAA, cuando todavía es el principal mecanismo de distribución —aunque oneroso— de contenido audiovisual en el país. Para ello se propone un recorrido histórico-cronológico por el camino del sistema en Argentina a 55 años de su aparición.
El cable en Argentina: las etapas
Si bien las fuentes no abundan, el abordaje sobre trabajos focalizados en el tema más la reposición de las voces de los actores involucrados en los inicios y en el desarrollo permitirá establecer parámetros de lectura y conocimiento de un sector de las industrias culturales que nació con ciertas lógicas y objetivos para luego variar, de modo determinante, de acuerdo a sus necesidades, intereses y demandas, en tanto que mercado distribuidor de mercancías culturales.
Recorrer la historia del sistema permitirá construir planteos —a modo de primeras conclusiones sobre el objeto— y algunos pensamientos acerca de su camino hacia la concentración conglomeral que lo identifica en la actualidad3.
El sistema de distribución de televisión por cable podía ser comprendido como una novedad tecnológica en el momento de su aparición, pero era en realidad una lógica ya desarrollada para las comunicaciones, con origen remoto, en la década de 1950. Su finalidad fue mejorar la distribución de televisión en zonas con problemas de recepción y para ello se adaptó la tecnología de la telefonía (Albornoz y Mastrini, 2000). En Argentina apareció en los primeros años de la década del ‘60 en localidades prósperas de provincias ricas (Santa Fe, Salta, Córdoba) donde la televisión abierta no llegaba —por cuestiones geográficas y también políticas— y en las cuales existían sectores de la sociedad con capacidad y predisposición para costear un abono. Se retransmitían vía cable coaxil señales televisivas de la ciudad de Buenos Aires y —en algunos casos— films y contenidos enlatados. Su historia puede dividirse en diversos períodos según las características centrales de cada momento:
- Inicio y desarrollo: desde las primeras emisiones en 1963 hasta su llegada a Buenos Aires a comienzos de la década de 1980;
- La expansión de la oferta: desde su llegada a Buenos Aires hasta la convertibilidad de la moneda en 1991;
- La expansión en la Convertibilidad: desde el comienzo de la política económica de paridad peso = dólar hasta la devaluación de la moneda en febrero de 2002;
- La post-devaluación: desde febrero de 2002 hasta la actualidad, el recorrido de la concentración y el audiovisual ampliado.
En sus inicios no generó interés comercial a grandes capitales, como así tampoco acción alguna por parte del Estado. Los modos en los que se estructuraron los distintos operadores fueron el circuito cerrado y la antena comunitaria. Sus iniciadores fueron pequeños inversores o cooperativas, en general de orígenes técnicos, ingenieros, comerciantes de artículos del hogar, etc. El objetivo económico implicaba desarrollar el parque de aparatos receptores y en los inicios sólo era necesario un permiso municipal para operar un sistema (dado que no se utilizaba el espectro radioeléctrico) que se sostuvo mediante el abono de los usuarios y los ingresos por anuncios publicitarios.
Gustavo Bulla (en Mastrini, 2005) reconoce coincidencias entre el surgimiento de la televisión por cable y el de la radiofonía en Argentina, entre los que se destacan —de acuerdo a su criterio— tres principales:
- ambos nacieron por el accionar de sectores/actores/capitales privados (principalmente del sector de fabricantes y vendedores de aparatos receptores) ante la inacción estatal,
- sólo fue necesario contar con un permiso municipal para el tendido de red en los dos casos, y
- los originales “locos de las azoteas” que dieron origen en los años 20 del siglo pasado a la radio en el mundo desde Argentina, pueden compararse con “los locos de los techos”, quienes 40 años más tarde propulsaron los circuitos cerrados y las antenas comunitarias.
Inicio y desarrollo
Una vez terminadas las etapas de experimentación de un sistema que ya existía en Europa y EEUU, el 4 de noviembre de 1963 aproximadamente 50 televisores (que habían sido distribuidos en distintas viviendas del barrio Villa Cabrera de la ciudad de Córdoba a lo largo de 4 km2 cuadrados) recibieron las señales de un sistema de circuito cerrado de televisión. Así nació la televisión por cable en Argentina, con emprendimientos privados coincidentes en tiempo y objetivos (superar las barreras geográficas para recibir televisión) en distintos lugares del país.
Edsel Aeschlimann, Franco Conte y Alberto Commetto (ingenieros y técnicos que fabricaban aparatos receptores desde 1961) lograron desarrollar un sistema de televisión que transportaba la señal por un cable a lo largo de la ciudad. El segundo sistema instalado fue Sonovisión, en la ciudad de Salta, que en dos años contaba con 700 abonados.
En Argentina se emitía televisión de aire desde 1951 pero únicamente en la ciudad de Buenos Aires y casi todas las localidades provinciales estaban privadas del nuevo medio. Las ondas hertzianas no podían utilizarse sin autorización del Estado, que no entregaba licencias ni realizaba concursos públicos. No se otorgaban nuevas licencias en parte por una idea de control, en parte por atrasos burocráticos y porque nunca fijaron una política definitiva. En distintos lugares se buscó implementar este sistema experimental cuya única exigencia legal radicaba en un permiso municipal. Así se dio origen a los primeros circuitos cerrados, que transmitían en un cable monocanal en blanco y negro imágenes captadas con cámaras de 16 milímetros y tecnología precaria. La experiencia fue tan expandida que apenas tres años más tarde había por lo menos 30 sistemas funcionando.
Este desarrollo vino a reducir mínimamente una situación injusta: los ciudadanos de las localidades de provincias no accedían a un sistema que era gratuito en Buenos Aires. Desde entonces el acceso se amplió, pero mediante el pago por la conexión. Los municipios otorgaban permisos y se preocupaban únicamente por controlar los contenidos, no así el funcionamiento comercial.
Con la llegada de la televisión abierta privada en el país en 1957 a partir de la sanción del Decreto 15460 y la licitación de los canales 9, 11 y 13 de la ciudad de Buenos Aires4, se estableció un sistema comercial basado en la publicidad como método de financiamiento y concentrado en los grandes centros urbanos en pos de desarrollar mercados potencialmente consumidores. De esta manera, la carencia de una política cultural por parte del Estado se constató con la reducción a la sanción del marco regulatorio y el control de contenidos. Y el permiso para que el sector privado lleve adelante la oferta cultural e informativa (Mastrini, 2005). Sólo existían canales en centros urbanos importantes. Los que operaban en localidades de provincias eran pocos y con menor capacidad de producción. Mediante la asociación con canales de cabecera de Buenos Aires (9, 11 y 13) y sus productoras, retransmitían aquello en sus propias pantallas.
Los problemas que debían afrontar los actores del sistema en el inicio radicaban en esa lógica privada-comercial. Necesitaban reducir costos, instalar la cultura del pago del abono y evitar las conexiones clandestinas (Amorim, 1997) para generar ingresos que les permitieran permanecer y ser redituables. El mercado buscaba fomentar la televisión para desarrollar la compra-venta de aparatos receptores y los argumentos utilizados para ello definían al cable como una solución técnica a problemas económicos (del mercado) y políticos (del Estado). El negocio original era vender televisores y los sectores de venta de aparatos receptores serían entonces los principales capitales para financiar el sistema. Ese fue el caso de Sonovisión de Salta, una sociedad anónima formada por los dueños de Casa Novel, Sabantor, Moschetti, H. y R. Maluff, Mundo Musical, Titán, Hugo Soler y el diario El Tribuno.
“Nuestro negocio era vender televisores (…) ahí estaba la papa —dice Domingo Saicha— porque todos éramos comerciantes, menos Roberto Romero, que tenía el diario.” El margen de ganancia en cada televisor vendido andaba en el orden del 25% (Amorim, 1997: 21)
El ejemplo sirve para ver también la temprana relación con el poder político, materializada en la presencia de la familia Romero, históricamente constitutiva del poder local en esa provincia del norte y vinculada a la prensa gráfica. Y también la lógica de concentración que lleva en sí mismo el sistema de medios dentro del modo de producción capitalista.
Otro elemento relevante del origen fue que la mayoría de la tecnología usada para montar el sistema era de fabricación nacional. En el primer año (1963), el móvil del negocio radicaba en vender aparatos receptores. Desde el segundo y tercer año los ingresos claves pasaron a ser el abono y la publicidad, en menor medida pero de temprana relevancia. Desde el cuarto año y antes de la crisis que generaría la expansión de la TV abierta hacia las provincias, comenzó una estabilidad sin crecimiento, una especie de meseta. Era un sistema caro y —además— fueron los abonados los que costearon la inversión en la conexión, una característica clave y lógica de funcionamiento.
“El derecho de conexión a un sistema de televisión comunitaria costaba 30 mil pesos, el abono mensual, 500 y un televisor, 13 000 (…) En ese año, 1965, un “sobretodo” valía 480 pesos, un tapado de piel 540 y una radio moderna 590 pesos.” (Amorim, 1997: 26)
Los sistemas desarrollados dependieron tanto de las necesidades geográficas a resolver como de las posibilidades técnicas con las que se contaba y las soluciones creadas para tal fin. La “antena comunitaria” nació en el país en 1963 para resolver el problema de recepción de señales. Su función fue recibir las señales que llegaban por aire y redistribuirlas vía cable a los hogares. Por su parte el “circuito cerrado” emitía señales a la red que desarrollaba. Lo hacía tanto con las que adquiría ya producidas como con los contenidos de producción propia, en general noticieros locales y eventos locales. Con el tiempo, ambos sistemas se convirtieron en actividades complementarias y la televisión por cable se convirtió en un servicio con un pequeño porcentaje de programación local y contenidos que tomaba de canales de aire próximos y/o adquirían en Buenos Aires.
Aparece aquí también tempranamente la centralización en la producción de contenidos. Es un rasgo histórico del sistema de medios nacional. El “cable” hizo que la televisión llegue a las ciudades pequeñas y grandes del país. Sus mecanismos y lógicas industriales desarrollaron el sistema como negocio. En esa primera etapa se produjo un shock de consumo de aparatos receptores de televisión (marcas Zenith, Columbia, RCA Víctor y Phillips) y los vendedores de aparatos buscaron vender un millón en 1963. Era un producto muy costoso y se pagaba en hasta 40 cuotas mensuales. Algunos operadores lograron acuerdos beneficiosos (en base al alto consumo de aparatos en sus localidades) y recibían financiación por doble vía: el abono de los usuarios, por un lado, y un porcentaje sobre la venta de televisores por el otro.
La publicidad fue un elemento importante desde los primeros años, a pesar de que en general la agencias no apostaron desde el inicio al sistema. Se vendía por paquete (el mismo aviso se emitía en todos los canales) y se facturaba globalmente (el paquete tenía un costo fijo). Pero su presencia alentó otra característica de las industrias culturales y del info-entretenimiento en el cable: el desarrollo del star system. Cada operador tenía un padrino, usualmente una estrella de la televisión abierta capitalina.
La programación tenía costos en dólares. Se adquiría en Capital Federal y a canales con relaciones con productoras norteamericanas. Y tanto la publicidad como el abono se cobraban en pesos nacionales. Por su estructura, los circuitos cerrados no podían invertir en programación, el elemento más costoso de los del audiovisual continuo. Esto explica por qué la llegada de televisión abierta vía repetidoras generó tiempo después la desaparición de muchos operadores-cableros.
En el final de la década de 1960 la televisión por cable era precaria, transmitía un solo canal durante unas pocas horas por día y usualmente se quedaba sin señal por problemas técnicos. Pero su desarrollo permitió la existencia de televisión en unas 30 ciudades. Los cableros aspiraban a que su situación fuera contemplada por el flamante gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, pero sucedió lo contrario y en 1967 la Ley N° 17 283 dio vía libre a las estaciones repetidoras. Con lo cual las empresas de televisión por cable pasarían a su etapa de desarrollo con problemas serios. De eso y más daremos cuenta en Fibra 22. Esta historia continuará.
Bibliografía
- Amorín, M. E.; (1997) Las canaletas de la televisión. Historia de la TV por cable en la Argentina, Buenos Aires, Magazine Satelital S.R.L
- Albornoz, L. (2000) Al fin solos…La nueva televisión del Mercosur, Ediciones CICCUS La Crujía, Buenos Aires
- Mastrini, G. (ed) (2005) Mucho ruido y pocas leyes. Economía y política de comunicación en la Argentina (1920-2004), Edición Inclusiones, La Crujía, Buenos Aires