Por Gustavo Fontanals*
La televisión y el video en la era de internet.
En tan sólo cinco años se produjo una transformación notoria en los modos en que consumimos los productos audiovisuales, apoyada en la difusión masiva de una plataforma de prestación universal: internet de banda ancha. El desarrollo de las redes de telecomunicaciones y de los sistemas digitales de captura, procesamiento y reproducción de audio y video promovió una multiplicación geométrica del intercambio, que por cierto era esperable, pero que definitivamente está aquí. Esto dio lugar a un proceso abierto en el que los modos y los actores tradicionales (productoras, canales u operadoras de televisión) procuran adaptarse para conservar su lugar, mientras que los de nuevo cuño (medios o intermediarios digitales) pretenden hacerse con el centro de la escena.
Tras décadas de un modelo consolidado, centrado en la emisión lineal y programada de los contenidos sobre el universo de receptores (broadcasting), se abrió paso a una diversificación creciente, tímida y poco advertida primero, voraz y omnipresente en la actualidad. Hoy en día, los productos audiovisuales se replican y diversifican casi al infinito, a la vez que son capaces de alcanzar escala global. En paralelo, se fueron desarrollando nuevos hábitos de consumo, basados en decisiones desprogramadas e individualizadas de los usuarios, que eligen qué, cuándo, cómo y dónde acceden a los contenidos. Lo interesante es que nos encontramos en un momento de cisma, en el que los viejos y nuevos jugadores se estudian mientras mueven sus fichas en prueba y error.
Lo viejo que no muere: la televisión como centro de entretenimiento e información
Las plataformas audiovisuales tradicionales, la radio y la televisión de aire, continúan siendo los principales medios de comunicación a nivel mundial, con una ubicuidad desconocida para el resto: casi no hay hogar o establecimiento que no tenga un equipo de radio, y son muy pocos los que no tienen televisión. Incluso son objeto de políticas públicas específicas para su promoción, como modo de garantizar los derechos fundamentales de acceso a la información y libertad de expresión. Como vimos en el número anterior de Revista Fibra, las políticas de promoción de la televisión digital abierta comprenden la distribución de equipos aptos entre los sectores de bajos recursos, con el objetivo de asegurar la continuidad de su acceso. En muchos casos también se contempla la financiación pública de la producción de contenidos audiovisuales de cine, radio y televisión, destinados a cubrir metas de pluralidad o de otro tipo, para su difusión en medios públicos, comunitarios o privados.
Los canales de televisión abierta siguen liderando el rating, lo que se complementa con los de televisión paga, que conservan buena parte de la audiencia que ganaron durante las últimas dos décadas. El consumo lineal de televisión en el living o el dormitorio sigue siendo la forma predominante, ocupando la mayor cantidad de horas de atención en los diversos sectores sociales, y persistiendo como principal medio de información y entretenimiento (Becerra, 2015). En esto encontramos, sin embargo, una creciente diferenciación a nivel generacional: en los estratos más jóvenes, el predominio de la televisión se reduce, a la par que se refuerzan los nuevos consumos on line. Esa es, claramente, la tendencia a futuro. Sin embargo, no cabe vaticinar la desaparición de los consumos tipo broadcast, que tienen fortalezas bien ganadas para subsistir. Esto se aprecia fundamentalmente en los programas masivos, sea en vivo o en diferido, como eventos deportivos o shows artísticos, pero también series o telenovelas de gran audiencia, de alcance nacional o global. Hay una costumbre que persiste: el gusto por compartir y comentar su transmisión en el momento. Algo en lo que sin embargo se entremezclan los nuevos medios digitales, replicando la transmisión y acaparando el intercambio de comentarios a través de las redes sociales (en general mediante el uso simultáneo de un segundo dispositivo).
Lo nuevo que sigue naciendo: la multiplicación de las opciones de video
En la última década, una plataforma alternativa fue ganando un status similar de interés público: internet. Lo que se reafirmó en 2011 con la declaración del acceso a la banda ancha como un derecho humano por parte de la ONU, que incita a los gobiernos tanto a alentar la capilaridad territorial de las redes como a promover precios asequibles para todos los habitantes. Y que encuentra su fundamento en los mismos principios: se considera internet como un medio esencial para garantizar los derechos de acceso a la información y libertad de expresión. Lo que fue recogido en los últimos años en diversas políticas públicas, como los planes nacionales de banda ancha (que comprenden no sólo el tendido de redes federales de fibra, sino también la distribución de terminales y el desarrollo de programas de educación digital), o decisiones regulatorias orientadas al estímulo de la inversión privada y la competencia.
Esto se conjugó con el acelerado desarrollo tecnológico de los equipos digitales de procesamiento y transmisión de datos, que convirtieron a las redes de telecomunicaciones en plataformas convergentes capaces de transportar todo tipo de contenidos: texto, imágenes o sonido. Las redes fijas primero, las móviles después, alcanzaron una elevada velocidad y capacidad de transmisión, lo que abrió nuevas posibilidades a la oferta y al consumo de los productos audiovisuales. En un proceso gradual pero acelerado, cuyo origen podemos fechar hace exactamente diez años (con el primer video on-line de Youtube), fueron apareciendo y superponiéndose una infinidad de variables de Video On-Demand (VOD) provistas por diversos prestadores Over-The-Top (OTT).
El VOD se caracteriza por la reproducción a pedido del usuario, que puede elegir en forma individual y desprogramada qué contenido quiere mirar, cuándo y sobre qué dispositivo: a la pantalla de la televisión se suman las de computadoras, tabletas, consolas de juegos o teléfonos móviles. Esta selección se realiza a partir de un catálogo definido pero diverso por operador, y que se multiplica casi al infinito en función de la cantidad de OTT disponibles. Una diversificación que, resaltemos, ha rebasado la producción masiva y comercial: actualmente es posible encontrar on line videos de casi cualquier cosa, y audiencia a nivel mundial para ese contenido. El fenómeno de los youtubers, que se dedican a compartir videos de realización propia de todo tipo y que son capaces de alcanzar millones de seguidores en todo el mundo, es un claro ejemplo de estas nuevas tendencias que crecen entre los más jóvenes. Esas nuevas plataformas posibilitan, por un lado, una supresión de las fronteras nacionales, y los esquemas de sustento publicitario permiten crecer a aquellos con contenidos destacados. Ya es habitual que los más jóvenes prefieran ver sus contenidos a la carta, utilizando dispositivos que no son la televisión, y que renieguen del característico channel up/channel down de la televisión tradicional. Y eso debe registrarse de cara al futuro.
Los operadores OTT, por su parte, se caracterizan por prestar sus servicios de distribución de contenidos por encima de las redes de telecomunicaciones, haciendo uso del acceso a internet como plataforma universal y compartida. La oferta de OTT también se ha multiplicado y fragmentado al extremo, con el crecimiento de prestadores propios de internet y las respuestas defensivas de los tradicionales. Pero se siguen distinguiendo por el rasgo característico que los hace tan disruptivos: la posibilidad de separar la distribución de los contenidos del control de las redes de comunicación. Esto, en conjunción con el consumo a demanda y desprogramado, produjo un quiebre en el modelo tradicional de broadcasting, posibilitando una desagregación de los distintos eslabones de la cadena productiva de la industria audiovisual (Becerra, 2015). Un nuevo paisaje de readecuaciones que todavía no termina de formarse.
Un cuadro en movimiento: las propuestas y contrapropuestas
No podemos hacer aquí un relevamiento completo de los servicios VOD que ofrecen los nuevos y viejos prestadores, pero sí avanzar en su distinción y referir los casos más paradigmáticos para mostrar la fluidez del paisaje y las posibilidades futuras (una descripción más exhaustiva, que nutre estas líneas, puede encontrarse en Páez, 2014).
Por un lado, tenemos una multiplicidad de nuevos prestadores de servicios audiovisuales nativos de internet (los OTT propiamente dichos), que operan como medios generadores de contenidos o como simples agregadores o intermediarios digitales. Estos pueden ser gratuitos, tanto con finalidad comercial y sustento publicitario (con YouTube como gran referente) o de intercambio sin fines de lucro, sea por servicio público (como el Banco de Contenidos Audiovisuales de la TDA Argentina o el iPlayer de la BBC) o por desentendimiento de los derechos de autor (con Popcorn Time, el continuador de Cuevana, como modelo). También pueden ser transaccionales (de pago por contenido demandado, como iTunes o Google Play) o de suscripción mensual (como Netflix o Amazon Prime, entre muchos otros). En realidad, muchos de estos servicios terminaron adoptando modelos híbridos que combinan estas alternativas para adecuarse a la flexibilidad de consumo (como Hulu y Hulu Plus, Amazon y Amazon Prime, Mubi y QubitTV, para nombrar sólo algunos).
A pesar de la enorme fragmentación, algunas grandes compañías ya lograron consolidarse, en ocasiones con alcance global, acaparando buena parte de la audiencia y de los ingresos. Netflix, por ejemplo, pionero y prototipo de los operadores OTT de pago, ya tiene presencia en más de 50 países, con unos 62 millones de abonados, una facturación superior a los US$ 5500 millones anuales y un valor de mercado de US$ 33 000 millones. Montada sobre ese respaldo, la compañía anunció un agresivo plan de expansión internacional, por el que prevé llegar a 200 países para fines de 2016. También lidera una tendencia creciente entre los grandes OTT: la producción en forma directa de contenido, o la compra de derechos exclusivos de difusión. En medio de tanta diversidad, se da la paradoja de que el control exclusivo sobre contenido selecto opera como herramienta de diferenciación y crecimiento, dado que justifica y promueve la contratación del servicio.
Por otro lado, hay que remarcar que estos grandes OTT también son responsables por el uso de buena parte del ancho de banda de las redes, que no les pertenecen. Se calcula, por caso, que Netflix y YouTube ya son responsables en conjunto de más del 50% del ancho de banda en horas pico en los Estados Unidos, y que rondan cerca del 40% en países de la región. Esto ha generado una creciente controversia respecto de la posibilidad de cobro de “vías preferenciales” en internet, que se cruza con las políticas de neutralidad, en un proceso complejo todavía sin definir (al que nos abocamos en el recuadro final).
Por otro lado, surgieron reacciones adaptativas de los actores tradicionales, tanto las productoras de contenidos y los canales de televisión como las prestadoras de servicios de televisión o de internet. El proceso de convergencia tecnológica ya venía habilitando el ingreso de las empresas de telecomunicaciones en el negocio de televisión paga, lo que en algunos casos se hizo con el modelo clásico de programación lineal de grilla de canales, y en otros se limitó a servicios específicos de VOD. Como reacción inicial, las operadoras de TV paga implementaron servicios On-Demand provistos a través de sus propios adaptadores o set-top boxes, sin necesidad de conexión a internet. Lo que en los últimos años se complementó con servicios propios de video on line (denominados sistemas Play o TV Everywhere) que recolectan contenidos de los canales de pago (en general con una oferta todavía parcial). Estos servicios se ofrecen como complementos gratuitos en el caso de los abonos de TV Paga, o como extra con los servicios de internet, pero no se pueden contratar en forma independiente.
En este sentido, se dio recientemente un primer paso por parte del operador satelital Dish en los Estados Unidos, que lanzó un servicio OTT independiente (Sling TV), que comprende paquetes flexibles de canales orientados a captar a los denominados cord-cutters (aquellos abonados que suprimen los abonos tradicionales de TV paga, quedándose sólo con servicios de banda ancha, fijos o móviles). Esta es una tendencia en aumento sobre los proveedores de TV paga, que ven crecer el número de abonados que optan en forma exclusiva por servicios de internet. No obstante, la TV paga sigue representando buena parte de los ingresos de esos operadores, lo que remarca un aspecto central: la fuerte rentabilidad de ese negocio. Algo sobre lo que los nuevos actores pusieron sus ojos.
En paralelo, se dio el avance de los sistemas VOD de los canales o productoras tradicionales, tanto de televisión de aire como paga, y de todo tipo de géneros (variedades, series, infantiles, películas o deportes). Estos servicios suelen nutrir las nuevas ofertas on line de los operadores de red, y en general tampoco se ofrecen en forma independiente al abono. Las productoras y los canales no se deciden aún a romper la relación que mantienen desde hace décadas con los operadores de TV, que centralizan la suscripción y distribuyen los pagos. Pero esta situación también está empezando a cambiar, con la decisión de HBO de ofrecer su servicio on line HBO GO en forma separada al abono de TV. La compañía, sin embargo, tampoco hizo una ruptura total con los operadoras de red: no se puede contratar HBO GO en forma directa (como con Netflix), sino que es un complemento al servicio de internet. Aunque con una notoria excepción, señal a futuro: sí se comercializa por separado a través de Apple TV, que no es operador de red. Se prevé que otras productoras y canales, como ESPN, Cartoon Network o ShowTime, avancen a corto plazo con sistemas de VOD independientes, aunque probablemente mantengan la suscripción a través de los operadores.
Perspectivas futuras: la capacidad de los actores concentrados
Hay algunas consideraciones importantes respecto de la frondosa multiplicación de las ofertas de video, relacionada con las posibilidades de subsistencia. Por un lado, se debe tener en cuenta que estos servicios compiten por la misma cartera de clientes, los que además cuentan con un presupuesto y una cantidad limitada de tiempo para destinar a entretenimiento. Ni la cantidad de clientes, ni su bolsillo ni el tiempo de ocio se expanden ilimitadamente. En este sentido, es muy probable que el mercado vuelva a concentrarse en una cantidad más limitada de jugadores significativos, y que muchos de los servicios actuales desaparezcan por adquisiciones, integraciones o cierres (Mónaco, 2015). Lo que se corresponde con un rasgo siempre para destacar en el negocio de las telecomunicaciones, que se refuerza en esta etapa convergente: el peso de las economías de escala y las ventajas de los jugadores más grandes para avanzar en la concentración del mercado. Si bien es cierto, como vimos, que los nuevos productos permiten separarse del control de las redes, sigue siendo propio de los servicios masivos una reducción considerable de costos con el aumento de la cantidad de abonados: a mayor número, menor el costo individual de brindarles servicio.
A esto se suma una ventaja distintiva de los grandes operadores de red, pero también de los grandes prestadores de servicios como Google o Facebook: se trata de compañías crecientemente multinacionales, con niveles abismales de ingresos y de financiamiento, de lo que derivan una elevada capacidad tanto para diferenciarse con nuevas promociones o servicios como para avanzar vía adquisiciones sobre el resto del mercado. Esa es justamente la estrategia que parecen tomar los operadores de red de mayor tamaño: el avance en forma directa sobre estudios, productoras de contenidos, canales y operadoras de televisión. Lo que les aporta una doble ventaja: reducen los costos de adquisición de contenidos, y se diferencian de la competencia a través de los derechos exclusivos de difusión. Se trata de un proceso en marcha a nivel mundial, iniciado en 2011 con la adquisición de Universal Studios y las cadenas NBC por parte de Comcast, y que sigue en la actualidad con la compra de Canal+ y la expansión de Telefe Estudios por parte de Telefónica, y la absorción de DirecTV por AT&T. Es de prever que otros de estos gigantes también utilicen sus generosos bolsillos para avanzar en un proceso de concentración sobre el sector audiovisual. Lo que debería resultar en una señal de alerta para los entes de regulación de telecomunicaciones, medios y defensa de la competencia, y que requiere una mirada atenta sobre las posibilidades, pero también las consecuencias de la convergencia, y los peligros de una concentración ampliada. Principalmente porque, como vimos, se trata de medios fundamentales para garantizar derechos básicos de la población, como el acceso a la información y la libertad de expresión.
Inversiones, vías preferenciales y neutralidad de la red
Los operadores de red vienen haciendo públicos sus reclamos hacia los OTT, sosteniendo que promueven un aumento inusitado del consumo (a una tasa exorbitante, de entre el 40% y el 50% anual), en beneficio de sus negocios, pero sin aportar a las inversiones de actualización necesarias. Esto tuvo un pico de tensión hace un par de años, cuando los servicios de varios OTT se vieron degradados, afectando el consumo por parte de los usuarios. Y derivó en la suscripción de acuerdos de «vías rápidas o preferenciales», por los cuales algunos OTT de alto consumo empezaron a realizar pagos específicos a los operadores para privilegiar la transmisión de sus contenidos. Algo sobre lo que no había regulación, pero que recientemente empezó a chocar con las nuevas políticas de neutralidad de la red, que prohíben toda discriminación intencional de contenidos.
En una decisión reciente, la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos impuso una regulación específica sobre la provisión de acceso a internet con foco en la neutralidad, que prohíbe expresamente toda práctica de priorización de contenidos, incluyendo estos acuerdos. La Unión Europea también está estudiando el tema, y aunque hay pocos indicios, no se descarta que sí habilite los acuerdos de priorización, siempre que no se discrimine al resto en forma negativa. Y es de esperar que las definiciones acerca de si las políticas de neutralidad de red se contradicen o no con los acuerdos de vías rápidas se extiendan por el resto de los países (Fontanals, 2015).
Se debe remarcar que, en el fondo, el costo de las inversiones sobre las redes termina recayendo sobre los usuarios que pagan por los servicios, pero la cuestión impacta de lleno sobre las tasas de rentabilidad de los OTT o los operadores de red. Una consecuencia de la prohibición de los acuerdos de priorización podría ser el cambio en la forma en la que históricamente se comercializó el acceso a internet, con el predominio de tarifas planas, que no dependen del consumo. Ese modelo ya fue dejado de lado en general en los servicios móviles, que se suelen vender con caps o límites de consumo según abonos, con tarifas crecientes. En la actualidad, hay varios operadores de redes fijas que empezaron a implementar ese modelo, o que lo están evaluando. De este modo, aquellos usuarios que hacen usos más intensivos, que en general se vinculan con mayores consumos audiovisuales, terminan abonando más. En esto también, el cuadro está movido.
*Universidad de Buenos Aires. En Twitter es @Phillynewrocker
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Referencias:
– Becerra, M. (2015): Cultura y comunicación: la revolución digital con final abierto, Revista Fibra Nro 4.
– Paéz, A. (2014): VOD: la televisión sin programación y multipantalla, Memorias ENACOM 2014.
– Mónaco, G. (2015): Un modelo de negocios para adaptarse al paisaje, 1984 Media Consulting.
– Fontanals, G. (2015): Neutralidad de red. Un concepto que puede tener varias interpretaciones, BAE.