La televisión no morirá

El futuro de los medios de comunicación. Por Martín Bonavetti La televisión no está en crisis, lo que

El futuro de los medios de comunicación.

Por Martín Bonavetti

La televisión no está en crisis, lo que está en crisis es el paradigma del sujeto pasivo, que le permitió reinar casi impunemente en las últimas décadas. Durante parte de la historia de la televisión, se subestimó a las audiencias y se justificó su mediocridad, pero hoy aparece un nuevo sujeto que no sólo encuentra contenidos audiovisuales que lo representan y lo comprenden como tal, sino que parecen hechos a su medida.

La vertiginosa transformación en el campo de los medios de comunicación impone la necesidad de tener una mirada en perspectiva del fenómeno, que permita generar un anclaje para poder establecer estrategias en el desarrollo de nuevos formatos audiovisuales y no ser arrastrado por la idea del cambio permanente.

En los últimos años, hemos escuchado sentencias apocalípticas sobre el fin de la televisión. Si bien hablar en estos términos es sólo una forma estereotipada de construir títulos, lo cierto es que hoy el medio sufre una serie de transformaciones que convergen en un fenómeno inusual que marca un proceso de declinación en sus porcentajes de audiencias. Un breve repaso puede permitirnos reflexionar sobre algunos aspectos presentes que serán determinantes en un futuro inmediato.

No es ninguna novedad que la irrupción de las nuevas tecnologías está modificando la forma de consumir medios de comunicación. Esta forma está relacionada con los cambios generacionales. Los adultos mayores de 16 años ven televisión, escuchan radio, leen diarios y revistas, usan computadoras, tablets y smartphones, pero en forma claramente diferenciada según a la generación a la que pertenecen.

netflixLa primera generación de “nativos digitales” representa hoy el 45% de la población y también la mayor parte de los asalariados. Más allá de las definiciones marketineras, algunos estudios recientes sobre la generación del milenio en los Estados Unidos demuestran que los millennials comienzan a tener diferencias profundas en los hábitos de consumo audiovisual con respecto a los de sus predecesores. Entre otros hábitos que los caracterizan, un 80% chequea su teléfono cada 10 minutos y no se despega de su celular durante el día ni durante la noche. En su gran mayoría, lo primero que hacen al despertar es chequear su celular.

En los últimos cinco años, entre los jóvenes de 18 a 24 años bajó un 30% el consumo de televisión. Estos cambios de hábitos se vieron acompañados por el surgimiento de los contenidos digitales, que en el año 2000 sólo representaban el 3% del total de los medios de comunicación y hoy llegan al 40%.

Estas transformaciones dieron lugar a nuevos esquemas comerciales. Si bien inicialmente se subestimó el acceso pago a los contenidos digitales, ya que se suponía que tenían que ser gratuitos porque se pensaba que nadie iba a pagar, lo cierto es que hoy las suscripciones a videos en streaming crecen rápidamente: un caso emblemático es el aumento constante de los suscriptores a música en streaming paga. En este sentido, hoy los esquemas de suscripción son complementarios con los de publicidad o, en su defecto, alternativos. Un ejemplo de esto es Spotify, que en su versión Premium —es decir, paga por suscripción— elimina toda la publicidad de su versión gratuita.

Pero con respecto a la publicidad digital, y a pesar de su crecimiento, se ha notado otro comportamiento. Si bien esta ha mostrado su capacidad para ajustarse a las historias y al medio en que se consume, hoy enfrenta un desafío que es el del bloqueo del anuncio (ad blocking, en inglés). La cantidad de usuarios globales de internet que bloquea los anuncios va en aumento, pero su comportamiento es diferente de acuerdo con la generación a la que pertenezcan y, también, cabe decirlo, a la temática que se refiera el anuncio. Nuevamente, la generaciones de 16 a 24 y hasta la de 34 se muestran más activas en sus decisiones. En pocas palabras, la generación del milenio tiene una mayor capacidad de elección frente a sus consumos audiovisuales.

Volviendo a la perspectiva comercial, una cosa parece clara. Si todos los usuarios bloquearan sus anuncios, los contenidos digitales gratuitos dejarían de existir y la competencia se centraría en la capacidad de cada plataforma por sumar usuarios. Ello haría que los editores y las plataformas se centraran más en la experiencia de cada usuario y su elección. Es decir, nos enfrentaríamos a una situación donde la calidad de cada plataforma y el gusto personal del usuario determinarían su éxito o fracaso. Sin embargo, esto es sólo una hipótesis. La realidad es que hoy nos encontramos en un umbral del desarrollo de las plataformas digitales y, según ciertos estudios, todavía no se avizora una nueva generación que supere la disyuntiva “gratis con publicidad o suscripción”. El desarrollo tecnológico de los smartphone será el que determine, en los años inmediatos, la escena digital, según algunos expertos.

Pero también es cierto que hoy existen grandes negocios (fundamentalmente, los grandes eventos deportivos) donde la suscripción y la publicidad van inevitablemente de la mano y no por necesidad, sino para mantener el gran negocio monopólico que ellos generan.

Volviendo a la esfera del nuevo sujeto que parece encarnar la generación del milenio, podríamos afirmar que el verdadero cambio radica en el devenir de un sujeto pasivo a uno activo.

La TV abierta cierra puertas

Frente a estas transformaciones, cabe preguntarse cuáles han sido las estrategias planteadas en la esfera privada de la televisión abierta. Lamentablemente, en la Argentina —como en muchos otros lugares del mundo— no han podido salir de su encrucijada comercial y la búsqueda del beneficio económico ha seguido la lógica tradicional de hablarle a un sujeto pasivo.

En este sentido, frente al nuevo y palpable escenario, la televisión no sólo no se ha repensado a sí misma, sino que pareciera dirigirse inevitablemente a una calle sin salida en una larga agonía. La responsabilidad de que esto suceda será exclusivamente de su capacidad de comprender el nuevo cambio en el paradigma de las comunicaciones. La subestimación tradicional de las audiencias, la repetida justificación de su mediocridad hoy parecen estrellarse con la aparición de un nuevo sujeto que no solamente encuentra contenidos audiovisuales que lo representan y lo comprenden como tal, sino que parecen ofrecérselos a su medida. La televisión no está en crisis, lo que está en crisis es el paradigma del sujeto pasivo, que le permitió reinar casi impunemente en las últimas décadas.

Esta forma de entender la comunicación y, fundamentalmente, al sujeto, llevó al paroxismo de la subestimación de los contenidos, tal como el achatamiento del entretenimiento —entendido desde el peor lugar del consumismo—; la desaparición del rol de servicio; el desperfilamiento del concepto de noticia; y, fundamentalmente, la vacuidad de todos sus contenidos es lo que sin duda viene expulsando a las nuevas audiencias.

Una forma de pensar este proceso es a partir del éxodo de las ficciones, respetando sus formatos originales de series de televisión, hacia las nuevas plataformas como Netflix. Este fenómeno no se da solamente por la ventajas de los nuevos servicios on demandsino porque, en su proceso de empobrecimiento en pos de una falsa masividad, la televisión le cerró sus puertas a las nuevas historias, a la diversidad en las formas de narrar, a los nuevos géneros, a la búsqueda de la representación artística.

Pero no solamente cerró sus puertas. Es notable cómo, a pesar de la emergencia de un nuevo sujeto activo, la televisión se siguió encerrando en sus viejas prácticas de subestimación. Con sólo pensar que se siguen utilizando técnicas como los cambios repentinos de horarios, las reediciones que descuartizan los formatos originales de las series, la resignación como productores de contenidos originales. Además, se sigue sosteniendo la idea de que las audiencias no están compuestas por individuos, sino que sus conductas son más parecidas a las de un rebaño y sólo interesa su comportamiento a través de los flujos de las muestras del minuto a minuto. Todo esto permite visualizar que están muy lejos de comprender el cambio de época en forma más compleja.

La permanente caída de audiencia ha restado inversión como primera reacción. Ha empobrecido los formatos, y se han comenzado a importar novelones internacionales. Sin embargo, todavía no se ha cuestionado verdaderamente la forma de pensarse en relación al televidente para poder desarrollar una idea por fuera de la búsqueda inmediata de lucro, que ya parece no ser suficiente.

El rating se alimenta de un vértigo informativo sobre-estimulado por un ritmo de permanente alerta, que poco deja y mucho angustia. Sin duda, esta forma de pensar la televisión la condenó a su empobrecimiento, y el éxodo de audiencias que antes la tenían como una primera opción, hoy comienza a prescindir absolutamente de ella. Preguntarse por qué las nuevas generaciones ya no ven televisión puede tener varias respuestas concordantes, pero sin duda con sólo hacer un pantallazo general lo primero que uno observa es que las pantallas han dejado de ser un lugar potencial. Ahora, las nuevas generaciones ven representados sus gustos y sus preocupaciones.

Con sólo pensar que este año se estrenaron ciclos televisivos como La Peluquería de Don Mateo —creado originalmente en la década de 1960—, y Polémica en el Bar —sketch creado en 1963—, que Tinelli lleva 30 años en pantalla y que Mirtha Legrand sigue existiendo, está claro que la televisión ha dejado de ser un lugar que genere expectativas, pero no por su propia naturaleza, sino por la naturaleza de sus contenidos.

don-mateo

¿La TV debe continuar?

Llegados a este punto, es necesario detenerse para poder vislumbrar alguna posibles continuidades en este escenario de ruptura. La televisión debe reinventarse a partir de las características del nuevo sujeto, sino estará condenada a ser un medio de comunicación para una población cada vez más envejecida y su destino lo determinará un mercado de anunciantes para sectores bajos. En los últimos años, sin embargo, el rol de las televisiones públicas y la creación de nuevas audiencias mostraron comportamientos fuera de esta tendencia y demostraron que puede revertirse el descenso de espectadores si se lo enfoca desde una perspectiva distinta: que su principio constitutivo sea el respeto al televidente. Pero hoy, con un Estado en retroceso y un desperfilamiento de los medios públicos, la televisión dependerá de los actores privados para sobrevivir o sucumbir frente a un nuevo negocio.

En principio, una posibilidad es observar el desarrollo de los medios digitales y por qué la nueva generación los elige. Si se pensara menos desde la planilla del rating, podría generarse frente a las plataformas digitales otros reflejos que no sean sólo copiar sus contenidos sin producir valor agregado en la comunicación y creyendo que los seguidores de Twitter y Facebook de algún programa son una alternativa exitosa, como si fueran los mensajes telefónicos de un pasado reciente.

Pero hablarle a un sujeto activo presupone como condición necesaria mejorar la calidad de sus contenidos, de sus comunicadores y, por sobre todas las cosas, de sus formatos. La televisión ha perdido el lugar aspiracional y de servicio en la comunicación y devino en un espacio poco meritorio y poco deseado, ocupado por personajes de poca formación y en muchos casos de suma intrascendencia.

Las nuevas plataformas digitales como Spotify o Netflix, para citar algunas, hacen de la calidad y la innovación un principio innegociable. Es hora de que la televisión empiece a darle prioridad a la calidad.

Dentro del mundo digital se está librando una batalla silenciosa. Después del boom de las redes sociales, hoy las aplicaciones de mensajería forman parte de las actividades prioritarias del usuario de un smartphone. WhatsApp, Facebook Messenger, WeChat, Snapchat, entre otras, alcanzan a más de 4 billones de usuarios. Pero, además, existe un sinfín de aplicaciones dirigidas a resolver necesidades (llamadas, transporte, comercio, etcétera) en tanto cumplen una función de servicio. Algo que la televisión privada dejó de hacer hace mucho tiempo.

Estos procesos de transformación generarán cambios como los que sufrieron el diario y la radio cuando nació la televisión. Los antiguos modos de consumir no mueren, encuentran nuevos nichos. La televisión no morirá. Probablemente, desaparezcan muchos programas de mala calidad, y otros, en tanto comprendan ese proceso, se consolidarán. Pero, sin lugar a dudas, atravesaremos un tiempo de cambio profundo donde los contenidos, los formatos y el sujeto ya no serán como antes.